domingo, 19 de abril de 2009

Reflexión sobre el G-20

Se dice que hacía tiempo un discurso de un presidente estadounidense en Europa, no provocaba la quema de banderas de ese país. Esto ocurrió en Turquía, cuando Barack Obama, posterior a la cumbre del G-20 en Londres, no solamente apoyaba el ingreso de este país a la Unión Europea, a contrapelo de Francia y Alemania, sino que también lanzaba un mensaje de conciliación al mundo islámico: “nunca Estados Unidos estará en guerra contra el Islam”, acotó.

Lo anterior podría considerarse como aislado, como algo ajeno a la cumbre que recién concluía, donde los temas eran de índole económico. Pero ocurre, como siempre, que la política internacional y su posible influencia, nunca está aislada de la posición de un país en la economía mundial.

No obstante, como nunca, la situación internacional de la economía y, por consecuencia, del poder mundial, ha sido tan compleja como la que se vive a raíz de la crisis actual. Compleja, más que nada, porque leyendo la historia, muchas de estas crisis se resolvieron mediante guerras, o bien, no consideraban los aspectos sociales o ambientales que hoy en día están en el tapete de cualquier política que se quiera emprender. No parecieran viables emprender más acciones como lo hiciera Bush en Irak y, mucho menos, conflictos mundiales generalizados. Ni tampoco resolver la crisis sin tener en cuenta un futuro sin energías limpias o con desigualdades sociales profundas en materia de salud, educación, alimentación y otros.

El economista Robert Gilpin planteaba en “The Political Economy of the International Relations”, que, a partir de la consolidación del Mercado y de los Estados Nacionales, un poder hegemónico se hacía necesario para poder regular el sistema económico mundial. En su momento, ese papel le correspondió a Inglaterra y, posterior a la Segunda Guerra Mundial, le correspondió a los Estados Unidos. El declive de esos poderes, significa para este economista, una amenaza que puede conllevar hacia guerras, por el surgimiento de otros poderes rivales al poder hegemónico (con un comportamiento nacionalista), además de la pérdida de la confianza en instrumentos financieros, el más básico de ellos, la moneda.

Algo de todo esto sucede hoy en día (y a lo largo de estos años), lo cual puede verse en la política mundial: el declive de Estados Unidos como potencia hegemónica, el deseo de otros actores de tener mayor poder en la economía mundial, como el caso de Europa, en el caso de los países tradicionalmente ricos, y otras potencias que surgen de los países emergentes, como China, Brasil y la India. Las decisiones en materia económica, por lo tanto, no quedan en la órbita exclusiva de los Estados Unidos, como sucedió hasta hace poco. Pareciera que el mundo unipolar de la economía mundial, comandado en el pasado por Inglaterra y Estados Unidos, ya no es posible. Si en el año 90 asistimos al derrumbamiento político del “Muro de Berlín”, hoy pareciera que otros muros de la economía política comienzan a diluirse, y la participación de otros actores será necesaria.

En el G-20, estos intereses tienden a manifestarse. La posición de Estados Unidos como potencia ha sido cuestionada. Sin embargo, esa crítica no solo proviene de los otros países, sino de los Estados Unidos misma, que, a raíz del cambio de gobierno, pareciera mostrar una ruptura con ese rol “imperialista” que caracterizó su accionar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y que se enfatizó en el Gobierno de George W. Bush. Es por ello que se pasa de una doctrina de “seguridad nacional”, esa misma que decía “o están conmigo o contra mí”, a tener a sus principales figuras apretando botones de “reset” por varios países (en especial del G-20), donde tanto el Presidente Obama, como el Vice-Presidente Biden y la Secretaria de Estado Clinton, se disponen a escuchar las quejas de los distintos actores. Tras casi 10 años de unilateralismo, de aislamiento, de enfrentamientos con Europa por Irak, con Rusia por los misiles, de olvido y automatismo en sus relaciones con América Latina, los Estados Unidos se disponen a escuchar, mediante el reforzamiento del multilateralismo en un mundo que tiende a ser “no-polar”.

Y es que, parte de las dimensiones de cualquier sistema económico es precisamente, la confianza. Y en ello no solamente las monedas, los instrumentos financieros y otros elementos de la economía deben ser “confiables”, sino que también debe existir una legitimación política que permita la gobernabilidad cada vez más democrática (en términos de Joan Prats) del sistema económico (quizás para horror de los defensores a ultranza del mercado). Así, en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas (más allá de la formalidad), Obama está dando los pasos necesarios de colocar a los Estados Unidos como un actor de confianza en el ámbito internacional, como un actor influyente, no solo en el plano económico y militar, sino también con la autoridad legítima en el plano político. Por eso se atreve, en Turquía, a promover el ingreso de este país a la Unión Europea. Por eso lanza puentes de diálogo al mundo islámico, a Cuba, a Rusia rompiendo con doctrinas imperialistas como la “Doctrina Monroe”. Y por eso, quizás, en su deseo de imponerse políticamente, tanto Francia como Alemania “no leen” cuán profundos son los cambios de Obama con respecto a Bush y su reposicionamiento como una potencia abanderada del “Smart Power”.
Producto de la cumbre, hay compromisos de regulación a los actores financieros, hay un refinanciamiento a los organismos financieros internacionales como el FMI, además de un compromiso de un desarrollo energéticamente más “verde”. En lo ideológico se establece un fuerte apoyo al libre comercio y contra el proteccionismo, léase, una previsión contra el nacionalismo.

Pero también debe considerarse en este ajedrez, el gran descontento y las protestas que las medidas ant-crisis han provocado, particularmente en Europa, así también la fragilidad de la sociedad norteamericana del “Main Street”. Esto hace que haya una exigencia de que los actores económicos pueden andar por la libre y que significará, por parte de los Gobiernos un gran control de los fondos públicos que se destinarán al rescate de bancos y otras empresas, como las automovilísticas.

En este panorama, ¿qué potencia hegemónica surge? ¿Será necesaria una potencia hegemónica encargada de garantizar el libre comercio? ¿Se está ante un cambio de paradigma en el concierto de la economía política internacional? ¿Qué papel seguirá teniendo China como la potencia industrial y económica más potente actualmente?

Se habla que este será el siglo del Pacífico, en contraste con el siglo XX que fue el siglo del Atlántico Norte. Pero tanto en uno como en otro lado, las burbujas han llenado y quitado el optimismo, la confianza y el bienestar. La cuestión real es preguntarse qué normas deben regir, qué tipo de gobierno debe establecerse para que el mundo encuentre una prosperidad productiva y social sostenible. No pareciera que esto pase por regresar a lo enunciado por Gilpin, de una tener una superpotencia económica hegemónica más interesada en garantizar el “laissez faire”, sino que el espacio de la política mundial, y dentro de ello, la economía y el desarrollo social, debe ser un asunto de varios actores. El Gobierno de Bush demostró, que no hay espacio económico, político y militar que pueda ser un asunto de una sola potencia, por más poderosa que aparezca, como de forma entusiasta creyeron los neoconservadores con su “proyecto de un nuevo siglo americano”.

Hay muchas de las interrogantes para el sistema económico mundial que siguen pendientes para la próxima cumbre del G-20 en Italia: con nuevos actores ejerciendo su poder, con una Europa que busca influir tanto como su Euro en el terreno político, con un Estados Unidos políticamente renovado y, seguramente, relegetimado para ejercer nuevas influencias en el mundo. Y China y Brasil y América Latina y la gente… y tanto por pensar y definir.